miércoles, 9 de mayo de 2018

CUENTOS DE MI MUNDO

                              CON AURELIA ES OTRA COSA




Al poco tiempo de conocer a Aurelia, es que comencé a creer que habiamos simpatizado casi  inmediatamente ya que en un par de meses de habernos conocido estábamos compartiendo  un departamento en un barrio céntrico de Buenos Aires. En realidad llegue a pensar que teníamos costumbres muy semejantes, aunque ambos teníamos nuestras particulares formas de ver la vida. Por mi lado yo ostentaba una filosofía de características bohemias, sin  ninguna obligación que  me impidiera disfrutar la vida, según se me antojara. Por parte de ella tampoco tenia necesidades que le permitieran disfrutar la vida, me causaba gracia su estricta ortodoxia, el buen manejo de la lengua de sus padres el dialecto bosnio (autoglotónimo bosanski jezik) que tengo entendido, es una de las variantes del serbocroata estándar, para ser más preciso, por lo cual la mayor parte del tiempo no llegaba a comprender que mierda pretendía decirme, lo cual trataba de disimular dándole la razón.

Si bien algunos comportamientos me eran impropios y no compartíamos los mismos gustos, esas diferencias las atribuía al hecho de haberse criado dentro de una familia religiosa, ajena a mis creencias. Contemplaba además que su llegada al país había sido traumática, pues sus padres la habían traído a América escapando de la guerra de los Balcanes. Con el transcurrir de los años fui interpretando con mayor facilidad sus expresiones idiomáticas, aunque llegado el caso, para no entrar en discusiones terminaba por decirle que si, a casi cualquier propuesta que viniera de su parte. Salvo la que me realizara aquella noche.

Recuerdo que se me aproximó con esos enormes ojos negros, de inconfundible genética, propia de los descendientes de esa región europea  donde bosnios y kosovares echaron sus raíces y con esos entreveros de erres en su boca, que los solía utilizar con la soltura igualable a la que uno suele hacer uso de una vocal, en una especie de zumbido “brzo” digno de un abejorro apunto de entrar en lucha con una araña.

Querrrido, esta noche yo dar clases de bosnio en una confitería a un muchacho argentino que pretende viajar a Kosovo. –Me sorprendió diciéndome.

¿Y por que no lo traes acá al viajero y le das clases más cómoda? –Le conteste de inmediato.

A el, cuesta viajarrrr, mucho lejos y a mi me viene bien ejercitar la lengua para no perderla y  cobrarrrr unos pesos.- Me respondió con cara de culpabilidad manifiesta.

Si anda tranquila donde quieras ¿A que hora vas a salir? –Le terminé de responder con marcado enfado.

Me espera a las once de la noche, en un bar de la calle Corrrrrientes, entre Flórrrida y Viamonte, te dejo anotada la dirección, amor. -Acercándome un papel escrito

Bien, que te diviertas.-la despedí, tratando de evitarme su beso
 

Me percaté al instante que la bosnia me estaba engañando de la peor manera y que tarde o temprano le tendría que dar una salida a la relación, desde ese momento para mi cuestionada seriamente.

Así fueron pasando un par de meses, donde sus ausencias se cumplían rigurosamente desde las diez y media de la noche hasta bien entradas las dos y media de la mañana, todos los martes y los viernes.

Aunque yo aparentaba no darle importancia a la situación, en el fondo estaba ocasionándome un gran daño, pues yo estaba realmente enamorado de ella a pesar de no comprenderla muy bien, en muchos aspectos y obviamente el hecho de que descaradamente se me valla con otro hombre por las noches, aduciendo que estaba enseñando bosnio, para no perder su lengua natal, me sacaba de quicio. Además me da una dirección como si fuera tan estúpido de creer que la encontraré allí. Este aspecto de Aurelia, lo estaba empezando a conocer y realmente no me gustaba en lo más mínimo.

Me solía pasar la noche revolcándome  en la cama a la espera de su llegada y cuando la sentía llegar, era como que me hervía la sangre, me moría de ganas de agarrarla del cuello y preguntarle si sabia lo que estaba haciendo, si pensaba quizás que yo era un tarado. Si deseaba destruir de una buena vez la relación o esperaba que yo lo hiciera.

Ella se solía parar delante mío y quedarse unos minutos mirándome “dormir”, apenas llegaba. Para luego también acostarse sin antes susurrar “Mi amorrr, si supierras cuanto te amo”. Seguramente repleta de culpabilidad y remordimiento.

El amanecer marcó el comienzo de un nuevo día, un día que seguramente sería monótonamente igual a los anteriores, yo tratándole de escaparle para no tener ni siquiera que hablarle, contestándole con evasivas y a veces de mal modo y ella pareciendo no entender el porque de mi cambio de conducta. Una situación que evidentemente no se podía prolongar mucho más en el tiempo y a la que yo tendría que darle un punto final.

El viernes llego y está vez yo iría a la confitería donde me decía daba su clase, después que ella, para encarar el problema y darle su inminente final.

Así lo hice estacione mi auto frente a la confitería donde la podía ver a ella sentada en una mesa en una animadísima charla, con alguien que desde mi posición no podía observar pues justamente una columna me lo ocultaba.

¿Así que acá es el punto de reunión? Luego seguramente se subirá a su coche y partirán a un hotel de los que abundan por la zona. ¿Que se pensará, que no se como resolver esta situación? Entraré a la confitería y lo voy a sacar a trompadas a la calle, le voy a enseñar toda la lengua de golpe, cuando lo deje ensangrentado en el piso. Son casi la una de la madrugada, el local está vacio, al igual que las calles y ella de gran jolgorio

 Esa perra, más vale que no intente ninguna de sus mal habladas explicaciones, pues ya no la escucharé. Hoy se termina está jodita, que lleva semanas comiéndome la cabeza, esto se resuelve así de fácil. Lo tendría que haber hecho de entrada, no me explico porque deje pasar el tiempo. Dejando crecer está relación repulsiva, pensaba en mi interior, mientras crecía mi furia.

Cerré la puerta del auto dándole un portazo, me bajé, del mismo, sin percatarme que un fuerte temporal de lluvia y viento se había despertado en la ciudad.

Empuje las puertas de la confitería con total vehemencia, ante la mirada sorprendida del único mozo que dormitaba en la barra y encaré hacia el fondo del local donde se la podía ver a ella reírse, entretenida en su charla.

Llegué hasta este sitio, estoy dispuesto a todo para terminar con esta farsa. Estoy preparado para lo peor, ahora me conocerán y hasta me terminaré de conocer yo mismo. Saldré de este lugar sabiendo hasta donde soy capaz de llegar, pensaba en mi frenética caminata

La columna dejaba de a poco de ser obstáculo para que yo pudiera divisar a mi enemigo, les juro que en mi vida hubiera imaginado un enemigo así. No se como describirlo, pero comprendí que era un enemigo al que jamás lo podría vencer, un enemigo que tendría que aprender a quererlo porque formaba parte de su persona, al igual que su lengua. De hecho hubiera preferido encontrarla mil veces con otro hombre.

¿ Amorrrr, para que venistes hasta aca? – Me dijo sorprendida, mientras me miraba con su rostro iluminado por el amor.

Te vine a buscar cielo, está lloviendo a cantaros y no has traído paraguas.-Alcancé a decirle, aún sintiendo que un nudo en la garganta me estrangulaba.

Grrrrracias, amorrrrr, vamos, justo ya terminé la clase.

Si, está bien, vamos a casa amor.

    Esperrra un momento que te presento a mi alumno. – Me dijo señalándome una silla vacía, que la enfrentaba.

El mozo, me hacia señas desde atrás del mostrador, pidiéndome que me aproximara a la barra.

Discúlpeme, hace meses que viene y se sienta sola, en el mismo sitio. Hay días que se pide un café, la mayoría de las veces no consume nada, ya la conocemos. ¿Usted la conoce? – Me pregunto, en vos baja.

Recién amigo, aunque ya la venía amando desde hace tiempo, disculpa si te molestó y decime cuanto te adeuda.

No faltaba más, la casa invita, no se haga usted ningún problema.

Gracias, amigo. – Contesté empapado por la lluvia. Y consternado por la realidad
 

Me aproxime a la mesa donde ella estaba aún juntando sus cuadernos y guardándolos prolijamente en su bolso, uno a uno, mientras ultimaba los detalles para dejar el lugar.

Esta lloviendo a cantaros, mi vida. Corramos al coche.- Le sugerí.

Quierro caminar amorrr, me cansó la clase y quiero despejarme un poco, vamos, si. Amorrr, me gusto mucho que me vinieras a buscarrr, prométeme que vendrrras siempre a buscarrrme.- Me respondió dulcemente.

 -   Si mi vida a donde vayas, te lo prometo.

Abrazados emprendimos el regreso a través de la tormenta, hubiera esperado encontrar cualquier cosa en la confitería menos lo que realmente había encontrado.La abrasé más fuerte convencido totalmente que sería mía para siempre, mientras ríos de agua caían de mis ojos.





                       AURELIA – SUS TRAPISONDAS -







Daba verdadero placer, ver con que meticulosidad recorría mi querida Aurelia los supermercados en búsqueda de trapos de piso. La recuerdo revolviendo las góndolas, desacomodando en forma desprolija los trapos de piso, mientras palpaba su textura queriendo comparar las diferentes calidades en exposición, en un ritual que a veces podía durar horas, para retirarnos del local sin efectuar compra alguna. Pues en otro local seguramente tendrían el trapo de la exacta calidad por ella requerida y así nos retirábamos ofuscados del negocio y recalábamos en otro, donde el ritual se volvía a repetir. Después de mucho recorrer tiendas y ya con los pulpejos brillosos de tanto valorar la textura de los nobles trapos de piso, ocurría por lo general el evento más maravilloso que he visto manifestarse en un rostro humano. Sus pupilas se solían expandir hasta abarcar la totalidad del iris, mientras sacudía su cabellera en un rítmico contoneo típicos de una ceremonia de candomblé. Y yo miraba atónito su gozosa reacción, mientras blandía el trapo como quien conquista la bandera de un bastión enemigo.

Una vez que ingresábamos con el “trofeo” recientemente adquirido a nuestro hogar, se la podía observar hasta altas horas de la noche, lavándolo minuciosamente, secándolo prolijamente con la plancha, almidonándolo y guardándolo bien doblado, en un lugar del armario donde por lo general me era imposible acceder.

Cierto día se me volcó accidentalmente el vaso de la cafetera en la cocina, esparciéndose todo su contenido por el piso de la misma, mi reacción inmediata fue la de fijarme en el armario, revolver un tanto sus estantes, hasta dar con el esquivo trapo de piso y proceder a secar el desastre que imprevistamente había ocasionado en el piso de la cocina. En el ínterin, mientras trataba de secar el piso, Aurelia regresó de realizar las compras para el almuerzo. Me miro fijamente mientras, sus grandes ojos se iban achinando y ubicándose en forma oblicua en el rostro, en una transfiguración solo comparable a la mirada vacía de un pit bull terrier íngles, antes de su inminente embestida.

Me arranco intempestivamente el trapo del piso, mientras lo miraba y me miraba    amenazante.

¿Que te pensás que estas haciendo?  -Me encaro desorbitada.

Nada, nena, se me volcó la cafetera, pero ya seque la mayor parte del piso, no te preocupes –Le contesté con animo de apaciguarla.

¡No entendés, no entendés nada, el piso está sucio! ¿No ves que me ensuciaste el trapo de piso? –Me preguntaba, evidencia en mano.

Si, entiendo, pero…¿Para que carajo sirve un trapo de piso, sino es para secar el piso? -Le conteste pretendiendo aclarar el tema.

¿No te llegas a dar cuenta, que el piso esta sucio? –Me grito acaloradamente.

¿Y con que se supone, que seque el piso sucio, si no es con un trapo de piso?-Le pregunte intrigado, por su manera de valorar al por mi, vilipendiado trapo.

Usa tus camisas viejas, para esas cosas o las nuevas…Pero los trapos de piso no me los toques más.-Me regaño para dar por terminada la controversia.

  

Después de aquel evento con el correr de los años habremos comprado cientos de trapos de pisos y quizás unas cuantas camisas. Y siempre se podía observar una camisa junto al secador de piso, dispuesta a ser usada en los quehaceres de limpieza. Y jamás volví a tener acceso al armario donde se guardaban cientos de flagrantes trapos de piso pues un enorme candado con combinación numérica, me lo impedía.

No creo que quien me lea llegue a comprender la tremenda emoción que me causo Aurelia, el día que se cumplía nuestro decimo aniversario de casados, cuando me sorprendiera con uno de sus regalos más preciados. Envuelto en fino papel de regalo, adornado con un hermoso moño con la forma de un corazón, me esperaba un fino trapo de piso.

¿Aurelia, no me digas que este regalo es para mi? –Le pregunte sorprendido

Si, mi amorrrr, te lo mereces porrr tantos años juntos.- Me contesto abrazándome dulcemente.

¿Pero estas segura?¿ Me vas a regalar un trapo de piso? Un trapo para mí…-Quise que me lo ratificará, pues no podía creerlo.

Si mi amorrrr, ahora ya tienes un trapo de piso propio, puedes guardarlo en el armario junto a los míos. Esperá que antes te lo lavo, plancho y almidono. No lo vallas a ensuciar-Me advirtió mientras me miraba radiante, con su carita de nena enamorada.






                             AURELIA   - SUS BRACITOS –


Una de las insólitas sorpresas que me he llevado al tiempo de conocerla, fue el palpar que su cuerpo en determinadas épocas del año, se volvía esponjoso, absorbente, pero no como una de esas esponjas que uno termina usándolas en el baño, sino como un osito de peluche suave y tierno que tiene la avidez de absórbete la vida, una maquinita imparable de devorar tiempos y si digo tiempo, me vincula inmediatamente con el espacio en el que ese tiempo transcurre, por lo tanto lejos queda la comparación con una esponja solo capaz en su afán, de absorber líquidos y tampoco la figura del osito de peluche estaría bien instaurada, por lo tanto esa ternura se me desdibuja por completo.
Solo se, que de entre sus ropas suelen salir miles de bracitos que tratan de asirse a todo, a un recuerdo de infancia, a alguna situación pasada, que si la analizamos nunca ha existido o al menos no existió en la forma como ella suele describirla. Lo cual, te obliga a una corrección del pasado, como si se pudiera corregirle el pasado, sin destrozarle el presente.


Y en esa maraña de bracitos se sitúa uno, conversando con no sé quien, de que cosa, de hace una parvada de años atrás, con esa melancolía y esas ansias de abrazos que estrechen tantos bracitos ávidos de recuerdos. Y esa situación es tan inusualmente linda, que te invita irremediablemente a llorar.





                       ¡ AURELIA Y LA RPM !  (Revisión         
                                   parámetros médicos)



La semana había comenzado compleja, de una complejidad que presagiaba un derrotero hacia sitios impensados, aunque si nos apartamos un poco de los misterios en que la literatura te hace recaer, de impensado realmente tiene poco y nada ya que conozco cada sitio por donde transitara mi penoso derrotero.
Todo comenzó con el llamado telefónico de una de las hijas de Aurelia, que acusaba tener dolores de panza. Siempre me sentí intrigado por saber que significaba el concepto de panza dentro de ese idioma extraño mezcla de bosnio y marciano, que tanto Aurelia como sus hijas hablaban con tal rapidez que jamás lograban entenderse entre ellas, ni con los demás. Pero era evidente que dolía y dolía de una manera que la distancia no me disminuía sus pesares, aunque poco puede uno hacer con un dolor de panza, cuando no se sabe que es exactamente la panza, se esta a quinientos kilómetros de esa panza y la dolosa panza pertenece a una mujer de cuarenta años, hecha y derecha, que debería saber bien que hacer con ella.
No había mucho más en lo que uno pudiera intervenir o ayudar, aparte de observar como Aurelia aumentaba su estado de tensión marcándosele las venas del cuello, que podían verse palpitar cuan tentáculos de pulpo a segundos de derramar su temida y espesa tinta. Con respecto a su hija, lo único que se me ocurrió hacer fue arrodillarme a rezar a San Espedito, para que lo mas rápido posible evacuara ese gas que le estaba dando vuelta por las tripas y que me estaba volviendo mucho mas caóticas que de costumbre mis actividades cotidianas, complicadas de por si.
Por suerte Dios se apiado de mí escuchando mis plegarias pues a la noche Aurelia recibió el llamado de su hija contenta por haber  podido evacuar flagrante sorete duro, que la liberaba de cuanta conjeturable patología se le ocurrieran durante ese astringente día. Y con ese demonio inerte, rendido a su destino, despidiéndose de inodoros lejanos, también se aflojaron las tensiones de Aurelia, ocasionándole la descompresión habitual de sus nervios, músculos y tendones con el consabido dolor de espaldas, cuello, cintura y todo lo que pudiera doler después de tamaña descompresión, solo comparable a una subida estrepitosa de algún incauto buzo desde profundidades imposibles de  despresurizar adecuadamente.
El día termino con una consulta nocturna al médico de cabecera para que emitiera opinión sobre las dolencias de Aurelia, a la cual yo ya me había dejado de oponer por considerarla inevitable. El doctor Chukilaster, la recibió mitad dormido, mitad tarado como de costumbre independientemente del horario en que lo visitemos y por temor (propio de los médicos de hoy día), de perder el titulo, de comerse un juicio o de que lo caguen bien a trompadas, le receto una serie de excesivas radiografías que abarcaban desde la uña del dedo gordo del pie, hasta la punta de los pelos, para descartar que hubiera una hernia de disco. Para que… La posibilidad remota de tamaño diagnostico más que hernia de disco sonó en mis oídos como un long play completo de Black Sabbath, donde Ozzy Osbourne se empecinaba en repetir la palabra paranoia a los gritos en mi oreja.
Y así fue, tenia encima la tormenta perfecta y yo con un gorrito playero y un patito inflable. Esa noche no dormimos hasta que me ofrecí, gentilmente (una gentileza más hacia mi persona, que otra cosa),a ir a retirar el turno correspondiente para que le efectuaran las radiografías, que se empezaban a repartir a las cuatro de la mañana hasta las cuatro y treinta, gracias a la bondad que nuestro gobierno manifiesta para quienes no tienen dinero para pagarse sus radiografías.
Llovía, pero con esa finura en la que nunca se alcanza a divisar si es realmente lluvia, bruma marina, niebla, humo o te escupen de arriba, lo cierto que iba preparado con mi gorrito de lana con orejeras y el stickers de Betty Boop, mis medias de distinto par (igualmente se me irían a mojar en el camino),y mi par de zapatillas (las que están agujereadas de costado, las que tienen agujeros abajo las deje en casa, para que no me entrara el agua),soy loco pero no boludo.
Así camine durante dos kilómetros, la distancia que transcurre entre el hospital y nuestro departamento en una especie de nube, que simulaba el camino al purgatorio, solo acompañado por el ruido de las olas del mar que rompían a escasos centímetros míos. En junio el clima empeora en estas latitudes y el frio y la humedad en verdad se hacen sentir demasiado, como para darse semejante paseíto en plena madrugada. Pero a veces las cosas hay simplemente que hacerlas, a pesar de no tener auto y que las remiserías abren después de las seis de la mañana, el mismo horario en que  comienza a transitar el colectivo interurbano de la zona, llegue finalmente ante la mano piadosa del empleado del hospital que me diera el último número que le quedaba. Ahora si, una vez que me aferre al dichoso numerito, solo restaba esperar hasta bien entrada la tarde a que me dieran el turno de acuerdo a la especialidad que yo requiriera. El número era solo el derecho a poder pedir turno, un vericueto que tiene el sistema estatal para ir sacándose de encima pacientes, ya sea porque se mueren en el intento o bien se curan de espanto antes de ser asistidos.
Como yo cuento con el tiempo del mundo, me senté en una primera fila debajo de un tremendo plasma y mientras comenzaba a ver las noticias del día dormitaba de a ratos, mientras las horas iban pasando.
Así la mañana se convirtió en tarde y todavía me restaban doscientos números para ser atendido, ya no podía dormitar ya que una cierta inquietud se estaba apoderando de mí. Quizás las repetitivas noticias del aumento del riesgo país me pudieron inquietar un poco, ya que cuando comencé a ver las noticas dicho índice usurario estaba en novecientos noventa y seis puntos y a estas horas de la tarde ya había pasado los mil nueve.
El riesgo país debería preocuparle más a los usureros internacionales secuaces del malhechor gobierno moroso incobrable de turno, que a la población, pues dicho índice indica que la deuda se la terminara pagando Magolla al fondo monetario internacional, cuando excede cierta puntuación. No comprendo porque me lo ponen a mi, al índice, junto a la temperatura y la humedad ambiente, pero al fin.
Aunque la verdadera inquietud que me embargaba era el saber que Aurelia estaría preocupada y chocaría contra mi fobia hacia los teléfonos celulares que por suerte me mantienen totalmente incomunicado cuando salgo a divertirme, como ahora lo estoy haciendo.
Casi era como que no tenia ninguna duda que ella pronto irrumpiría por la puerta del hospital desatándome un escándalo, de hecho ya había mirado varias veces hacia la puerta de entrada antes de que ambas hojas se abrieran de repente como solo ella sabe abrirlas.

¿Se puede saber que estas haciendo acá? Saliste en la madrugada, no eran las cuatro cuando te fuiste. ¿Que diablos estas haciendo sentado acá, no te das cuenta que son las dos de la tarde? - Me gritaba Aurelia, ante el silencio denso y expectante de toda la sala de espera del hospital que presagiaba un cachetazo.
 
Para no tener que darle el gusto a la multitud, por tener demasiada experiencia a la hora de sacar números en hospitales, clínicas, nosocomios, etc. Trate de no inmutarme en lo mas mínimo y retirándome prolijamente mi gorrita de lana de Betty Boop, le dije a Aurelia con total naturalidad que había venido a mirar un poco de televisión a esa sala. Con lo cual desestructuré a Aurelia totalmente, a tal punto que se me quedo mirando, con esos ojitos chiquititos y rojizos de Bull terrier, al que le sacan el plato de comida de las fauces.

Y …¿Porque vienes a ver televisión al hospital? ¿Porque no la miras en casa? - Me pregunto sorprendida.
 
Porque acá tienen un plasma mucho mas grande Aurelia y se ven las noticias mucho mejor. Le respondí, con total naturalidad.
 
Que bien, no sabia… ¿Pero si casi no miras televisión en casa? –Preguntaba Aurelia desconfiando de mi sinceridad.
 
Por eso mismo Aurelia, no es lo mismo ver televisión en un televisor de veinte pulgadas, que verla en un hermoso plasma de treinta y nueve pulgadas. Es por ello, que cuando quiero ver televisión, me hago una escapadita al hospital. –Ufff, pensaba para mis adentros.
 
¿Vamos a tomar algo? Ya se me pasaron los dolores pero igualmente me fui a hacer una placa a una clínica privada, me dijeron que no tengo nada. -Me anoticiaba Aurelia.
Mañana, tengo turno con la psiquiatra. La termino de rematar.
 
Si vendría bien un cafecito con unas gotitas de cianuro y dos medialunas…Amor.




                                   AURELIA  - SUS SUEÑOS -



Algunos días eran casi mágicos, estaban matizados por un halo de misterio sublime que lo ligaba a otros universos, espacios temporales inhóspitos donde yo muchas veces me perdía con las consecuencias lógicas a todo explorador sideral que no hallare el rumbo de regreso a su nave y en otros encontraba en el mismo paramos totalmente virginales de huellas humanas, extensiones que nadie antes había podido observar, paisajes realmente sorprendentes que solo podía contemplar alucinado por la experiencia.
La noche había transcurrido calma como tantas otras que han transcurrido calma y desde antes de abrir mis ojos ya sabía que unos brillantes camafeos negros me estarían observando arriba de una sonrisa realmente amorosa.
! Te despertaste mi cielo ¡ Hacia rato te estaba observando, hacia un buen tiempo que te estaba amando con la mirada. –Me comentaba Aurelia radiante de amor.
Querida, que lindo es amanecer contigo.-Le dije, mientras la abrazaba fraternalmente.
A que no sabes el sueño más tonto que he tenido. Soñé que dormía y estaba soñando conmigo dormida y soñando conmigo durmiendo. Soñando que dormía y soñaba en una cadena infinita de yos soñando que dormían y se soñaban durmiendo.
        Pude encontrar una vaga semejanza a cuando uno pone un espejo frente a un espejo, donde se genera una especie de túnel de espejos, un espacio infinito imposible de medir pues la sola intensión de mirar su profundidad supone la intromisión de mi rostro en medio de los dos espejos dando lugar a la interrupción del túnel, la caída de ese espacio mágico y etéreo que me seria imperdonable.
Como imperdonable me sería destruir cubriendo de realidad el instante exotérico en el cual Aurelia se levantaba de la cama y se dirigía rauda hacia el balcón para observar los bandambres de palojas que se podían observar volando en la alborada.
Y pensar que en mi ignorancia pase años privándome de ese hermoso instante místico donde los dos nos abrazábamos en el balcón para observarlas. Confieso mi estupidez al querer traerla a la realidad o distraerla con otros temas. Pero era inconcebible que las palojas volaran, más aún cuando yo estaba seguro de su inexistencia.
Hasta que un glorioso día decidí sumergirme en su cordura (en las Antípodas, de mi cordura), para poder apreciar ese precioso espectáculo que brindan cientos de palojas volando en circulares bandambres.
Recuerdo el brillar de los ojos de Aurelia cuando me señalaba las palojas volar aunque yo no podía apreciarlas en ese momento, quizás fuera una época de mi vida en las que solía encorsetar la realidad bajo rígidos chalecos de estúpida sensatez.
Era tan imberbe que estuve a punto de decirle que esas no eran palojas,  que eran simples palomas volando en la distancia, cosa que ella no hubiera entendido por dos razones, la primera y principal radicaba en que las mismas no se veían del tamaño normal  y apropiado inherente a una paloma, si no mas bien se veían del tamaño que se podía observar a una abeja.
La otra razón hubiera destrozado la ilusión de Aurelia por mirarlas de plano, dada la fobia que tenia hacia las palomas, crueles transmisoras de esa enfermedad por la cual uno se termina llenando completamente de plumas, con los terribles dolores, casi inimaginables que producen los plumíferos canutos cuando comienzan a aflorar por todos lados del inmune cuerpo.
Con respecto a las abejas, tampoco gozaban de su simpatía ya que cierta vez, alguna se animó a dejar su aguijón y su tripa palpitante hundida en la humanidad de Aurelia. Por consiguiente era imposible para mi destruirle la imagen lúdica que las palojas le brindaban, (nos brindaban), argumentando con la frialdad de un asesino que esos bichos eran simples palomas volando a la distancia, hubiera sido casi tan cruel como poner el rostro entre los espejos para mirar que había al final del mágico túnel destruyéndolo completamente con mi sola intromisión.


martes, 10 de abril de 2018

POESÍA

   
        DE ATRÁS PARA ADELANTE Y VICEVERSA

                    YO SIEMPRE A LA ESPERA
                    DE QUEMARME ENTERA
                    DENTRO DE ESTE INFIERNO
                    DE UN CANDOR INTERNO
                    QUE ENCIENDA  MI HOGUERA
         DEL AMOR CEÑIDO A CRUENTA CEGUERA
                                   si lo prefieren...
         DEL AMOR CEÑIDO A CRUENTA CEGUERA
                    QUE ENCIENDA  MI HOGUERA
                    DE UN CANDOR INTERNO
                    DENTRO DE ESTE INFIERNO
                    DE QUEMARME ENTERA
                    YO SIEMPRE A LA ESPERA

 

                                      
     AMOR SENIL 

                             
              Y, si nos amamos de otra manera?
      De esas formas raras que nadie comprenda
           olvidando sexos, eso en nada afecta.
      Suena muy extraño, quizás te sorprenda.
            

           Pero esa es la forma para que no duela
          ¿Para que intentarlo? No vale la pena.
                    Acercar las almas, esa es la idea
        Aunque suene a excusas, quizás no lo sea

 
                      Te propongo esté nuevo modo
                        de amarnos, si tú lo quisieras
                    Intuyendo cuerpos  que el tiempo
                   a las fuerzas, las cambio por penas.


                  Creyendo acaso que ambas almas
           por tanto estar juntas el dolor  superan
              Para amarse así, de esta forma tonta
             Como yo la llamo, de extraña manera.


       Sin cuerpos vetustos que frustren la escena
               Con almas unidas en acto sublime.
      Que a  pesar del daño que el tiempo les diera
          Consumen su dicha sintiendo que  juntas,
              El pasó del tiempo de alguna manera,
                   dolores aparte, las favoreciera.



    
                                UNA MANO DE POESÍA

                     Ha pasado el tiempo de angustia y congoja,
                           en que la esperanza, pétalos desoja.
                         Se fueron los años de buscar en vano,
                         siendo que a ellas las llevo a desgano
           Se han ido los celos que todo lo turba y al final desgaja
            Se fue el frenesí de buscar el gozo en dolidas cajas
          He quedado yo, solo con mis manos, me quedo la paja 





 LA PENA DEL EL BRUJO

Yo simplemente lo sabía,
no lo deseaba, ni lo suponía.
¿Por qué de mí se espantan?
Confinándome a la lejanía.
Carente de culpa,
vivo en soledad, mis emociones.
Sabiendo de antemano,
mí cruel destino, sin razones.
Razones que me alienten
a afirmar sus magras suertes.
Ni sus postreros lamentos,
ni sus dichas fuertes.
Me ha enseñado, el tiempo,
a acallar mis dones.
Aunque a veces cueste,
no alertar horrores.
Sé muy bien que el fuego Inquisidor,
no se ha extinto, ya que hay miradas
que queman, como el fuego mismo.
No arderé en pira alguna,
Pues mis vaticinios,
bien guardados yacen,
en abismal laguna.

Laguna cautiva de verdades que ahogan,
mí llanto sostenido.
Cuando observo triángulos grises,
en rostros queridos.
Que presagian sin motivo,
que mañana serás uno más,

entre tantos, en el mundo de los fallecidos.

viernes, 6 de abril de 2018

RELATOS

MÍO O TUYO


En la breve, pero siempre bien recordada inocencia de mi niñez, creía poseer una clara noción de lo que me pertenecía, es decir que creía tener un firme concepto de posesión que el tiempo y con él, su aliada inefable, la perdida de la inocencia me desdibujaron totalmente. Era la época en que me conformaba con tener unos padres, una casa propia dentro de un país donde creía podía vivir en paz. Además sabía que podía contar con mi escuela, en cuyo interior me esperaba contenta mi maestra y mis compañeros, que eran idénticos a mí, quizás menos observadores pero iguales que yo, al fin de al cabo. También eran míos, mis amigos de la cuadra y el parque cercano a mi casa, mi hermano, mis peces, todo me pertenecía. Mi cofre de posesiones estaba colmado de alhajas eternas, gracias a contar con un Dios que vaya casualidad, me cuidaba, pues era también mío.

Con el correr del primer ciclo lectivo, el primer inferior que le llamaban en esa época, una vez despojado de mi pintorcito celeste y mi corbatita, me percaté que si bien era un niño quizás más observador que el resto, tenía que esforzarme demasiado por ver las letras en el pizarrón del aula, ya que mi asiento estaba ubicado en la segunda hilera, en verdad, no se porque mi maestra me regalo un banco a tanta distancia de la pizarra, el solo pensarlo, me hacia regresar a mi hogar con fuertes dolores de cabeza.

Fue de esta manera que mi padre me llevo al oftalmólogo donde me informaron que poseía al menos dos cosas que eran  de otra persona y que por tal motivo, yo no las quería tener, más allá de las molestias que me ocasionaran.

La doctora examinándome minuciosamente le explicaba a mi padre que yo tenia su opía y que por tener eso, que era indudablemente de ella, seguramente también tendría su algía. Salí realmente molesto del consultorio, por más que la doctora muy simpática me regalara su caramelo y me entregara su opia y su algia en préstamo. Si era necesario que poseyera algo de eso, era mejor que fuese mi opia y mi algia para no tener que deberle nada a nadie, pensaba yo, con total enfado.

Llegando a casa, enfrente enfáticamente a mi padre regañándolo por no haberle devuelto inmediatamente esos objetos de su pertenencia, ingresando a mi cuarto  y encerrándome en el abrumado, hasta que mi hermano mayor, golpeándome la puerta me llamo a la realidad instantáneamente, dotándome de un escueto pero efectivo balance, en cuanto al debe y el haber que me había tocado en suerte en esta vida. Me acuerdo, sus palabras que me hicieron alegrar enormemente por saber que nada le debía a nadie “Boludito, la médica quiso decir que no ves un carajo y que por eso te duele el bocho. Mañana hablaremos con la maestra para que te ubique en el primer banco y comenzaras a usar unos preciosos anteojos, que serán tuyos de por vida”.

Con el correr del tiempo termine comprendiendo que lo que consideraba muy mío, me fue paulatinamente despojado formando parte de los recuerdos, junto a mi pintorcito celeste y mi pequeña corbatita, para finalmente quedarme con las cosas que en un primer momento juzgue pertenecientes a otro.

En el día de hoy, mi médico me diagnosticó una tú berculosis aguda, que ya no me plantea la disyuntiva si es de mi pertenencia o no, pues sabía que me pertenecía totalmente ya que en breve me llevaría con ella hacia un Dios que ya no se si es el mío, ni si le pertenezco.



                     MÍ JARDÍN DE PRIMAVERA




Llega la primavera, la estación esperada. Los tamariscos me la anuncian anticipada, con millares de inflorescencias reunidas en una explosión de amarillo esponjoso que le alegra la vista a las aves, que presurosas lucen sus plumas nuevas, brillantes, las veo volando cargadas de vida yendo a engalanar sus nidos con pajillas frescas, de suave fragancia. Mientras ensayan la canción que en sus genes portan, ellas saben que tienen que trinar como nunca en estos días para atraer al nido su nueva pareja y lo hacen con renovadas esperanzas.

 Yo las escucho, las veo, las siento y permanezco indiferente mientras el cambiante paisaje me envuelve. De pronto estallan los ciruelos de un rosa compacto que prometen los frutos más dulces, en tanto los almendros hacen de las suyas estallando en cremas y los cerezos en macizos blancos, pompones de nieve, promesas de bolitas bermejas de dulzores varios.

La primavera avanza en mi jardín, la vida irrumpe nuevamente con un frenesí que a todos contagia, las aves ya empollan ilusiones, los arboles prometen almibares en sus coloridas ramas. Todo se renueva.

Pero falta algo cometí, un descuido. Llenaré de azúcar el pica florero, para que esos ojitos que me observan inquietos desde la protección del interior de la hiedra pronto se abalancen y zumben de alegría libando su néctar. Eso es sencillo, mañana al color lo podre observar arremolinarse en calidoscópicos vuelos alrededor del néctar.

 Yo veo la primavera en su esplendor en mi jardín y trato de percatarme que otra imprevisión he cometido, de algo me olvidado seguramente para que el hermoso espectáculo no me contagie, para que la naturaleza rebosante de color y vida haga brotar en mi, algo más que lagrimas.



                     
                          MÍ JARDÍN DE INVIERNO


Otra vez está haciendo frio, pero ese frio que no se calma arropándose, ni incrementando la calefacción, ese frio que ya conozco escarcha interior que me pone la piel de gallina, me congela y me asfixia al mismo tiempo.
Si hasta puedo sentir esos cristales de hielo dentro destrozando cada una de mis esperanzas, me alimento atesorando enormes rosas de hielo que se abren en mis recuerdos, clavando en mi alma las espinas de sus vigorosos tallos, dotando de dolor a un jardín helado y yermo, mi jardín interior, donde la vida se detiene a la espera de la muerte que se tarda. El frio de la angustia más intensa azota nuevamente mis entrañas. Mi exterior hermético no debe permitir traslucir el escalofriante tesoro que en lo interno guardo, lo tengo bien sabido, bien ensayado, de nada sirve abrirme y congelar mi entorno.
Me aconsejarán, se preocuparán por mi, intentarán calentarme con mantas de ilusión, se muy bien que ocurre, cuando permito ver mi interior helado. Me recomendarán tratamientos, que intenten derretir mis inviernos, me volverán a recetar antidepresivos, que conviertan mis rosas en ficticia agua cristalina, que pretendan hacer brotar manantiales de  forzada alegría desde mi alma deseosa de espirar.
No comprenderán nunca que en mi jardín de invierno no crecen depresiones, crece la gélida alegría, la felicidad más pura, en el se esparce el perfume helado de pimpollos salpicados de congelado roció, de una noche interminable de lagrimas por mí hábilmente devoradas, que me colman de una esperanza que me inunda por dentro. Brindándome el regocijo sublime de saber que algún día contando mis flores perderé la vida.